Comentario
Por lo que respecta a la agricultura a finales del cuarto y tercer milenios, su implantación se fue produciendo en las tierras más aptas para el cultivo, teniendo en cuenta que las primeras producciones documentadas se centran en los cereales y algunas leguminosas, lo que implica que los terrenos aptos no serán los mismos que para las producciones intensivas actuales, en especial las de regadíos, y que, por supuesto, la propia tecnología empleada nada tiene que ver con la usada con posterioridad. Eso había hecho que la agricultura neolítica se concentrara en determinadas áreas de los amplios territorios europeos, mientras que otros quedaron cubiertos por masas boscosas o por praderas y pastos, donde se pudo desarrollar parte de la ganadería complementaria, o simplemente fueron considerados como no aptos para su explotación por los grupos humanos que los ocuparon y provocaron la introducción a gran escala de las prácticas agrícolas, lo que constituye, según las pruebas disponibles, la base esencial de sus economías.
Por todo lo dicho, amplias zonas aún eran susceptibles de ser utilizadas para estas prácticas agrícolas, a veces con una importante inversión de acondicionamiento de las tierras, incluso sin unas expectativas muy halagüeñas de resultados a largo plazo. Se ha comprobado que a partir de los últimos siglos del cuarto milenio se produce un fenómeno de expansión de las zonas cultivadas en buena parte de Europa y en las estepas euroasiáticas. Junto a esa expansión se produce un fenómeno que puede estar muy extendido en Europa, según la documentación disponible, se trata de un proceso de intensificación agraria, constatado sobre todo por la introducción de nuevos medios para la producción como el uso del arado y el empleo del carro, lo que en consecuencia trajo la generalización de la tracción animal.
No existen demasiadas pruebas directas del uso del arado en este momento o incluso si su empleo se produjo en épocas anteriores, como podrían sugerir la aparición de marcas de arado en los suelos compactos que sirvieron de base para la construcción de túmulos funerarios en Gran Bretaña o Polonia, ya a finales del cuarto milenio, aunque también se han identificado como marcas de preparación del terreno o incluso de algún tipo de ritual previo a la construcción de esos monumentos. Algunas otras indicaciones sobre su uso, sin apenas pruebas, se han sugerido para zonas muy dispares: la Península Ibérica en las áreas del Alentejo o el Sudeste, o en Polonia. Pruebas directas han aparecido en Suiza con dos yugos de madera, uno en Chalain (Jura) y otro en Vilnez (Berna), fechados del 2400 al 2200 a.C. Fuera de Europa, la extensión del uso del arado está presente en Mesopotamia desde el periodo de El Obeid (4500-3700), generalizándose en el periodo de Uruk, ya durante el cuarto milenio.
Lo que sí parece contar con mayor documentación es el uso del carro como vehículo de tracción animal, que bien podían ser de cuatro o dos ruedas, siempre macizas, no radiales, atestiguadas en representaciones de terracotas (Budakalász, Hungría), en grabados rupestres (Züschen, Alemania) o incluso en enterramientos rituales de carros completos como el caso de la tumba de Tri Brata, del grupo de las estepas. Hay incluso ruedas conservadas en las zonas septentrionales europeas, pertenecientes al grupo de cerámicas cordadas y las de Lüscherz d'Auvernier (Neuchâtel) o en Ruz Chatru, del 2400, o un carro completo en Pressehaus (Suiza), del 2300 a.C. También parece comprobado que el buey es el primer animal que se usa como animal de tracción, individual o por parejas, aunque la domesticación del caballo ha sido ampliamente documentada en esta época. Tenemos constancia de pareja de bueyes enterrados en tumbas centroeuropeas del grupo de Baden o en el de las denominadas ánforas globulares. Existen representaciones de estos bueyes en figurillas de cobre en Býtyn (Polonia), y desde luego están documentadas en la civilización del Indo, mientras que en Turkmenistán se empleaba el camello como animal de tiro en el tercer milenio o el onagro en Mesopotamia, según el estandarte de Ur.
Por otra parte, la intensificación agrícola habría provocado la extensión del cultivo de regadío a zonas incluso muy poco propicias para la agricultura o quizás precisamente por ello. La tecnología necesaria para este tipo de cultivo está documentada desde una etapa muy antigua, tal son los canales de riego de aproximadamente 6000 a.C. en Choga Mami, en los montes Zagros. Pero no cabe duda que su extensión y uso intensivo es el responsable del florecimiento de los grupos campesinos asentados en las llanuras aluviales de Mesopotamia, con una red de canales y obras de protección ante las crecidas del río encontradas, entre otros lugares, en Tell el Oueili, con la constatación incluso de trabajos de desecación de las marismas, ya desde el 5550 a.C.
Sin embargo, en Europa este tipo de agricultura basada en el regadío no ha podido ser comprobada arqueológicamente y los únicos datos aportados, como las acequias de regadío del Cerro de la Virgen de Orce (Granada), del tercer milenio, o las zanjas de El Ejido (Almería), propuestas como tales, no ofrecen una total garantía de su uso en este sentido, ya que incluso se les han asignado otras posibles funciones, como canalización de aguas superficiales para proteger los asentamientos, al igual que puede ocurrir con muchas de las profundas zanjas que caracterizan a los asentamientos del tercer-segundo milenios en los valles del Guadiana y Guadalquivir. Al mismo tiempo, nada parecido a terrazas, muros de contención o trabajos de infraestructura hidráulica han podido ser demostrados.
En cuanto a las especies cultivadas queda claro que, en su inmensa mayoría, la agricultura de finales del cuarto y tercer milenios se centró en los cereales de secano, trigo y cebada, excepción hecha de las especies y variedades adaptadas al regadío en aquellas zonas como Mesopotamia o Egipto, donde éste se practicaba desde el sexto-quinto milenios. Sin embargo, en el extremo oriente los campesinos neolíticos de Yang-Shao, en China, a lo largo del cuarto milenio, ya dependen del cultivo del mijo, que era conocido en Europa desde el quinto milenio y en el 3000 en Jemdet Nasr en Mesopotamia. La aparición reiterada de diferentes variedades de leguminosas ha dado pie a la consideración de la práctica habitual de una cierta rotación de los cultivos que, junto a periodos de barbecho, mejoraba las expectativas de recuperación de la tierra y hacía practicable una agricultura más sedentaria que en los periodos anteriores.
Un problema específico del sur de Europa y del área mediterránea es la posibilidad de que ya en el tercer milenio se pudiera haber practicado un policultivo típico del Mediterráneo: trigo, vid y olivo. Renfrew señaló que la domesticación del olivo y la vid pudo producirse ya en el tercer milenio, coincidiendo con una amplia expansión poblacional en el sur de Grecia y en las Cícladas, gracias a la aparición de huesos de aceitunas y pepitas de uva en yacimientos de la zona. Nuevas evidencias se han sumado a estas pruebas recientemente, ahora en el sudeste de la Península Ibérica, donde en el yacimiento de Los Millares, en Almería, se han identificado numerosas muestras de madera de Olea conservada como carbón y huesos de esta misma especie.
No obstante, las dificultades para discernir si se trata de olivo cultivado o acebuche (olivo silvestre) son importantes, atendiendo a la dificultad que aún entraña el distinguir tanto la madera como las semillas de ambas variedades, pero un dato parece evidente, el uso de esta planta ya desde fecha muy temprana en las zonas donde su variedad silvestre, el acebuche, forma parte de la vegetación típica, aunque sólo fuera una planta repetidamente recolectada. Nuevos datos serán aportados durante el segundo milenio para insistir sobre la práctica de este policultivo en el Mediterráneo. En la prehistoria, con respecto a la vid se ha propuesto su cultivo en el Calcolítico, según las pruebas aportadas por Wallcer procedentes del Cerro del Prado de Jumilla, semillas de Vitis, persistiendo la misma duda que con respecto al olivo.
En resumen, podemos considerar que la principal característica de la agricultura a partir de su extensión a toda Europa y Asia centro-sur es la de su intensificación, cimentada en la ocupación de nuevas tierras, con la deforestación de zonas boscosas u ocupación de zonas marginales. La adopción de nuevas tecnologías: el uso del arado y la tracción animal, las obras hidráulicas como infraestructura para la irrigación a gran escala, en Asia sudoccidental, junto a nuevas prácticas (la rotación de cultivos, el barbecho y la posible adopción de algún tipo de policultivo) trajo como consecuencia más destacada un considerable aumento generalizado de la población, junto a una mayor sedentarización de la misma, consecuencias que serán fundamentales para comprender los demás aspectos de la cultura. Ambas parecen ser una clara consecuencia de la extensión e intensificación de las prácticas agrícolas y no la causa de ellas mismas, como se ha propuesto desde algunos modelos teóricos, según las cuales la presión demográfica es la causa que genera cualquier cambio en la economía de las poblaciones prehistóricas, en un proceso adaptativo continuo donde cualquier intensificación productiva ha de estar precedida por un aumento poblacional, con nuevas necesidades primarias que satisfacer, sin que otras razones relacionadas con las prácticas sociales, políticas o ideológicas puedan explicar estos cambios o intensificaciones, como más adelante podremos analizar.
A lo largo del segundo milenio, las condiciones básicas de la economía no sufren grandes transformaciones, siendo la agricultura y la ganadería sus bases principales, sectores complementarios en la mayoría de las zonas de Eurasia. No obstante, se pueden señalar algunos aspectos que indican, por un lado, un definitivo asentamiento del policultivo ganadero en amplias zonas de Europa y Asia y, por otro, se acentúan ciertas especializaciones agrícolas y ganaderas que caracterizan las economías agropecuarias de otras zonas, especializaciones o adaptaciones que se mantienen en muchos casos hasta hoy día.
Ya vimos que la extensión e intensificación que caracterizó a la agricultura del tercer milenio en amplias zonas de Europa se hizo incluso colonizándose zonas no demasiado aptas para estas actividades, a costa de la deforestación de superficies arboladas. Además, ha sido importante la utilización de zonas marginales (estepas y praderas), que en muchos casos no han podido regenerarse, dado el uso abusivo para agricultura de secano o para pastizales, alimento fundamentalmente para ovicápridos. Estudios emprendidos en diversos lugares han permitido basar estas afirmaciones en datos empíricos concretos; así, puede observarse que zonas cultivadas con anterioridad son abandonadas a lo largo del segundo milenio en diferentes zonas de la Europa templada, en Checoslovaquia, donde se observa que los bosques han vuelto a cubrir zonas utilizadas con anterioridad, donde aún se documentan, en mejor estado de conservación, sepulturas y poblados del tercer milenio; en Dinamarca, donde las sepulturas de corredor colectivas están ubicadas lejos de las zonas explotadas agrícolamente en época histórica y que, como en Irlanda o en las islas Orcadas, durante el tercer milenio, se situaron junto a las áreas explotadas por las comunidades agrícolas y ganaderas.
Esos procesos de abandono de tierras explotadas con anterioridad no impide plantear que en otras zonas de Europa, sobre todo en la zona mediterránea occidental, es el segundo milenio la época para emprender la puesta en explotación de áreas en las que se supone que no existió con anterioridad una agricultura y una ganadería intensa. Este hecho se ha considerado una continuidad del proceso iniciado a comienzos del tercer milenio en que se propuso la colonización agrícola de áreas de la Península Ibérica: el Sureste o el valle del Guadalquivir, mientras que para el estuario del Tajo, el Algarve y zonas costeras o el valle del Guadiana, se proponen fechas de la segunda mitad del tercer milenio y aún más tarde, ya en pleno segundo milenio para la región de La Mancha, lo que a juicio de Chapman provoca, como consecuencia, una complejidad social creciente, al enfrentarse estas comunidades a un medio marginal por las condiciones climáticas y la escasa potencialidad del suelo. En buena parte, esta imagen del proceso de colonización puede ser fruto de ciertos vacíos de investigación que van subsanándose poco a poco, apareciendo con mayor nitidez una práctica extendida de la agricultura en el valle del Guadalquivir desde el cuarto milenio, así como se van llenando los vacíos de Portugal, La Mancha o el mismo Sureste, lo que indicaría más un proceso de intensificación que de colonización. Al mismo tiempo, tampoco están nada claras las condiciones marginales de zonas como el Sureste o La Mancha, durante el cuarto y tercer milenios, mientras que en el segundo pueden ya apreciarse síntomas de agotamiento y de transformación acusada del paisaje, como ocurre en otras zonas europeas y en algunas de las zonas reseñadas.
En la península italiana y las islas occidentales (Baleares, Córcega y Cerdeña) aunque la introducción de la economía basada en la agricultura y ganadería es dispar en el tiempo, no será hasta el segundo milenio cuando puedan apreciarse signos de intensificación e incluso de diversificación, reflejado sobre todo en la aparición de grandes construcciones comunales como las nuragas sardas o las taulas y talayots de las Baleares.
El abandono de tierras marginales explotadas hasta entonces, el agotamiento de muchas de ellas o las transformaciones ocasionadas por la introducción y uso masivo de nuevas tecnologías y los sistemas de cultivo, se consideran causas de una mayor presión sobre las mejores tierras, aunque la evolución social analizada y la estratificación social que se desarrolla a lo largo del segundo milenio nos parecen razones más sólidas para analizar un fenómeno no documentado hasta ahora. Existen evidencias de una parcelación de los mejores terrenos en torno a los poblados, con pruebas de ello en Gran Bretaña, en el grupo de Wessex. El sistema de explotación podría apoyar ideas expresadas por Gilman para el sureste de la Península Ibérica, sobre el hecho de que tras esos sistemas puede existir una prueba de la privatización de la propiedad de la tierra y lo que ello significa en relación con la estructura social.
Nuevos datos vienen a confirmar la extensión del uso de la tracción animal a amplias zonas, donde no había sido registrada en épocas anteriores. En primer lugar, el uso de arados tirados por bueyes ha quedado muy bien documentado en los muchos grabados en rocas que pueden verse en amplias zonas de Europa, aunque los más conocidos y expresivos son los situados en Suecia, Noruega, el sur de Francia y norte de Italia, entre los que, a su vez, son más conocidos los de Val Camonica, con representaciones muy expresivas del uso de arados y carros tirados por bueyes y también por caballos. La incorporación del uso del caballo como animal de tiro tendrá una gran importancia en determinadas economías e incluso en los cambios que, durante el segundo milenio, pueden verse en el transporte y la guerra.
Decíamos que una característica del segundo milenio es la especialización en determinados sistemas de cultivos, a la que se le ha dado una importancia muy grande en las transformaciones sociales, e incluso políticas, de esta época. En el caso del policultivo mediterráneo, basado en la vid, el olivo y los cereales de secano, ya veíamos cómo en el tercer milenio el uso de la Vitis y la Olea estaba atestiguado en zonas donde estas especies están presentes en la flora natural, sin poder llegar a establecer la seguridad de su explotación cultivada o si se trataba de un aprovechamiento a través de la recolección. Para el caso del Egeo, se afirmaba que la domesticación de vid y olivo se produjo ya en el tercer milenio e incluso se ha afirmado que la adopción de este sistema agrícola podía estar en la base de unas formas de explotación derivada de los ciclos de productividad de estas plantas, lo que implica un régimen de propiedad y la necesidad de producción de excedentes para intercambiar por otros alimentos, vegetales o no, que completen las dietas de subsistencia, por lo que se consideran economías propias de sociedades estatales.
Una fuente directa sobre los tipos de cultivo de la época la encontramos en la gran documentación proporcionada por la contabilidad escrita sobre las tablillas de arcilla, encontradas en los palacios minoicos y micénicos del segundo milenio. El desciframiento de la escritura conocida por Lineal B, compuesta por signos o pictogramas que, tras un precedente de comienzos del segundo milenio denominado Lineal A, aún no descifrada, permitió, a partir del desciframiento por Michael Ventris, a J. Chadwick hacer un estudio de muchos aspectos de la vida económica y social del mundo micénico de la segunda mitad del segundo milenio. En estas tablillas se comprueba que trigo y cebada eran los cereales fundamentales de la producción agrícola, en una proporción muy similar. Junto a ellos se emplearon, algunas incluso se cultivaron, una sorprendente variedad de plantas para condimentos o aromáticas: cilandro, comino, hinojo, apio, menta o sésamo son buenos ejemplos de ello. Pero no existe ahora duda de que en las tablillas se recoge un cultivo muy extendido del olivo doméstico, para la producción de aceite -que se comercia- y para el consumo de la aceituna. La vid se usa, también cultivada, para producir vino, que parece pudo ser un articulo de lujo, empleado también en el intercambio. Algunas otras plantas aparecen reflejadas en las tablillas como cultivadas en la época, siendo la de mayor importancia la higuera, para el consumo de los higos frescos, y probablemente secos, cultivo y consumo que continúan siendo tradicionales en las orillas del Mediterráneo.
Otra especialización agrícola de la época la encontramos en una zona bien alejada del Mediterráneo. Durante el tercer milenio vimos desarrollarse una agricultura donde el mijo es el más importante cultivo de China, seguido a larga distancia por el trigo y el arroz. Este último, alimento básico de todo el sureste asiático en la actualidad (China y zonas del Ganges), aparece como cultivado a lo largo del segundo milenio, encontrándolo en asentamientos tardíos de la cultura de Harappa. Pero es en China y Japón donde su cultivo, atestiguado desde la segunda mitad del segundo milenio, se convirtió en un cultivo básico en las fases de Jomon y Yayoi de Japón y en la de Lungshan, en la provincia de Honan, en China. El cultivo del arroz implica el uso del buey de agua, como animal de tracción.
En cuanto a la rotación de cultivos, ya estaba documentada desde épocas muy anteriores. Durante este segundo milenio la práctica de rotación más interesante es la usada por los agricultores de la India de época de Harappa, que introducen el cultivo del algodón como complemento de los cereales, de forma que en primavera podían sembrarse trigo y cebada y en otoño el algodón, lo que permitió un importante desarrollo del tejido de algodón, constatado en Mohenjo-Daro, mientras que estos tejidos no aparecerán en Egipto o Mesopotamia hasta casi el cambio de era. Según Clark, las especies precedentes del cultivo del algodón pudieron llegar al Indo desde el sur de Arabia o del nordeste de Africa, a pesar de que su uso en esas zonas no se dio hasta épocas tardías.
La agricultura del segundo milenio conoció un periodo de intensificación que, para las zonas del sur de Europa, Península Ibérica, Grecia e islas mediterráneas o incluso el valle del Indo, precede a una crisis generalizada de finales del segundo milenio, cuando desaparecen El Argar, el mundo micénico o el grupo de Harappa, generalmente achacada, entre otras muchas causas posibles, a una crisis climática provocada en parte por la roturación excesiva. Aunque este tipo de explicaciones tiene cada vez menos predicamento y son las causas sociales y políticas las que se aducen para estas crisis, estudios de paleobotánica, de evolución paleoclimática y geomorfología indican que en el valle del Indo y algunos de sus afluentes, el Ghaggar, se documentan cambios que provocaron la desecación de la zona, obligando a las poblaciones asentadas en estos lugares a desplazarse hacia el este y el sur hasta desembocar en una profunda sequía, en el primer milenio, que hizo imposible el cultivo de cereales. El estudio de las oscilaciones climáticas del Holoceno en amplias zonas y la evolución local o regional del clima permitirán saber si factores medioambientales tuvieron influencia en los regímenes económicos y, por tanto, en las sociedades que se basaban en ellos.